Cinq fois Deux (5 veces 2), o la imposibilidad de un encuentro

Este viernes, sólo Polderong y yo estuvimos para ver la película de la Alianza Francesa, aunque no nos vimos si no hasta el final de la proyección. La película de esta semana fue Cinq Fois Deux, llamada en castellano “La vida en pareja”. He aquí mi modesto comentario sobre este filme destacable.



Dirección: François Ozon.
País:
Francia.
Año: 2004.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Valeria Bruni-Tedeschi (Marion),
Stéphane Freiss (Gilles),
Guión: François Ozon; con la colaboración de Emmanuèle Bernheim.
Producción: Olivier Delbosc y Marc Missonnier.
Música: Philippe Rombi.
Fotografía:
Yorick Le Saux.
Montaje: Monica Coleman.
Vestuario: Pascaline Chavanne.
Estreno en Francia: 1 Septiembre 2004.

La Alianza Francesa sigue brindándonos filmes gracias a los cuales nos convencemos, poco a poco, de que el amor real entre hombre y mujer será siempre un supuesto de mutuo acuerdo más que una realidad. Los realizadores franceses a los que nos hemos visto expuestos coinciden en que el desencuentro es la tónica de las relaciones en estos días de la postmodernidad. Sólo hay un choque, lo más un roce, entre los mundos interiores de quienes pretenden amarse: en la era en que la mayoría apenas sabe quién es, en el mejor de los casos, poco o nada se puede esperar cuando esa identidad precaria trata de entrar en una situación de intercambio.

Esta película deja una sensación de categórica desesperanza y melancolía; no debe adornársele al lector. Pero no llega a desolar. Eso se lo atribuyo a dos cosas: su impecable realización formal, por un lado, y su irrevocable realismo, por el otro. Y, como todo lo demasiado cierto que no agrada, es minimizado en un primer momento, para que pueda ser manejable.

Cinco veces dos tiene su primer punto de interés en la estructura narrativa: sabemos que es la historia de una pareja, narrada en cinco momentos claves de su vida juntos. Pero el filme empieza por el divorcio de ellos, por demás amargo, el cual se ve seguido por una escena tan posible como desgarradora del último intento de contacto entre ellos.

Podrán decir que eso no tiene nada de innovador tras de la presencia de cintas tan impresionantes como Memento de Christopher Nolan, o Irreversible de Gaspar Noel, entre otras, en las cuales la desestructración narrativa es manejada con maestría para dar un efecto poderoso de participación del espectador. Pero en esta película, creo, el mérito está justamente en que lo hace con una historia mínima, íntima, en el cual cada cuadro nos va dando pista, mas nunca conclusiones, de por qué una relación que empezó como un sueño termina peor que una pesadilla. La sobriedad con que el director usa este recurso es lo que le da su eficacia y lo hace meritorio.

La pareja que nos ocupa en el filme es la clásica pareja burguesa y liberal, en apariencia. Sus nombres son Giles y Marion. Ella es voluntariosa, terca, aparentemente fuerte. Mira todo con un cierto dejo de indiferencia, excepto en el último cuadro, el primero cronológicamente, en el cual nos muestra un leve dejo de candidez. Él es frágil, piensa mucho, está lleno de una sensibilidad que a menudo lo subyuga.

Las cinco escenas que podemos presenciar son su divorcio, una fiesta en casa de ellos cuando su hijo tiene como unos tres años (el desgaste de la relación ya es patente), el nacimiento del hijo (con el dolor de ella y el pánico de él), la boda (tras la cual ella marca un nuevo récord de velocidad a la hora de ser infiel), y su primer encuentro romántico durante unas vacaciones en Italia, cuadro idílico, cuya belleza (el último fotograma es una estampa) se ve empañada por los pequeños detalles que, lo sabemos nosotros, terminarán destruyendo la relación y ya estaban presentes en medio de ese “sueño”.

Porque el filme tiene esa cualidad: con cada cuadro vemos esos pequeños detalles que al principio son cotidianos y luego lo destruyen todo. El director no tiene la menor reserva en hacernos ver que, en el caso de Giles y Marion, su relación era una criatura que nació muerta. Pero lo que lo atrapa a uno como espectador, y ahí mi fuerte recomendación, es en cómo es que eso sucede. Cómo pese a los intentos, al tiempo juntos, a las buenos intenciones, ellos nunca se encuentran. Lo que vemos son cinco ocasiones en que pudieron ser dos, pero no lo lograron.

La ironía en este mundo siempre estará más presente que el Dios al cual su calamidad se le atribuye. Esto lo recordé al percatarme cómo, tras de la escena final, tan bella como desesperanzadora, una pareja que estaba detrás de mí se dio un apasionado beso. “¿Será que no entendieron nada? ¿O que es tan cierto que prefieren mentirse con los labios juntos para pretender que lo acaban de ver no pasará con ellos?” – me dije. Sentí algún tipo de compasión, tanto por ellos como por mí: de ellos, por su ingenuidad. Por mí, debido a que tener conciencia de todo esto me aleja de esa remota posibilidad de encuentro en la que aún quisiera creer.



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