Fábulas amorales 2: La vocación mesiánica de los niños índigo

Está escrito:

Para los mediados del vigésimo primer siglo en la cuenta cristiana de los años estaba afectada la raza humana por múltiples y espantosas tribulaciones. Calcinaba el sol la tierra que ahora carecía de árboles casi en su totalidad. Guerras múltiples desgarraban con odios étnicos las antiguas naciones, sublevábanse los migrantes discriminados en todas las metrópolis, invasiones se emprendían para robar el agua y el petróleo de aquellos que aún lo tuvieran. La hambruna y la miseria afectaban a muchos, mientras la corrupta burguesía también veía su prosperidad desvanecerse en medio de la sangre que fluía incesante en sus intrigas por el poder.
Pero he aquí que en medio del caos apareció aquél a quien llamaron Príncipe de Magog, hijo de las Frías Estepas, el cual se hizo poderoso primero en el Oriente para luego ir venciendo por guerra, habilidad y comercio a todas las regiones de la Tierra, una por una. Logró él la hasta entonces imposible tarea de someter a todas las tierras emergidas bajo el mismo trono y la misma autoridad. Así, tras pagar alto precio tanto en sangre como esfuerzo, vinieron por fin el orden y la paz sobre el mundo.

Durante los días luminoso pero cortos días de la Reconstrucción, sin embargo, se hizo evidente la proliferación de los grupos fanáticos que se dio bajo los dolores padecidos por el mundo en el caos aún reciente. Entre estos eran muchos y llenos de fe los seguidores de Jehová, que rigió el Occidente por largo tiempo, y que por la sangre y la enfermedad y el hambre había prevalecido por encima de varios dioses que competían, según ellos, por la devoción de los humanos.

Esto trajo nuevas dificultades, primero con sus rebeliones, pero más cuando surgió del corazón de las selvas sobrevivientes una peste desoladora que comenzó a diezmar a la humanidad. Indescriptible eran el horror y le fetidez que cubrían cada región a la que llegaba esta mortandad.

El Gobierno, desesperado, construyó bajo la tierra refugios para quien en ellos quisiera salvarse, porque se descubrió que ya la Plaga era indetenible.

Pero hubo amargas disputas sobre el suelo, porque de entre los Adoradores del Dios Occidental surgió un hombre que se proclamó Profeta, y anunció La Plaga como castigo por los múltiples pecados que había cometido el hombre en los días de oscuridad, entre los cuales el peor había sido someterse al Señor de Oriente, Príncipe de Magog, al que acusaba de ser verdadero Anticristo y Diablo Destructor. Por lo cual ordenó a sus creyentes que no se refugiasen bajo tierra ni confiasen en la ciencia satánica, si no que aceptaran la purga que Dios realizaba sobre el mundo, en medio de la cual serían salvados sólo los Niños Índigo, la semilla elegida del Cielo para la nueva humanidad.

Pocos fueron, entonces, los que no creyeron sus palabras, porque muchos tenían aún miedo del infierno en vez de mirar el estado actual de su mundo. Decidieron entonces morir firmes en su fe, puesto que ella inflamaba sus corazones y los convencía de que las palabras del Profeta eran verdad. Escaso fue el número de los bajaron a los refugios y creyeron más en el Señor de Oriente, en la ciencia y en otros dioses más razonables.

Esta fue la situación, hasta que tras pocos meses la Plaga arrasó con toda vida humana sobre la superficie de la tierra. Los últimos creyentes en morir clamaban a su Dios, con los brazos levantados al firmamento, por la seguridad de sus Niños Índigo, fueran quienes fueran, pues de aquellos vendría la simiente que con el tiempo daría justo castigo a los impíos que habían huido bajo tierra. Ese fue su ruego, hasta que todos cayeron muertos y sus huesos se secaron bajo el ardor indiferente del sol.

***

Jehová despertó por causa del fuerte murmullo que se escuchaba fuera del palacio. Se reprochó el haberse tomado otra siesta. Nunca sabía cuánto duraban y usualmente había mucho desorden después de que se tomaba esos descansos. Pero a veces el aburrimiento, hasta para él, era demasiado.

Lavó su cara, se puso su bata y salió a la terraza para averiguar cuál era la causa del ruido. Quedó estupefacto: eran miles de millones de almas humanas clamando fuera. Entro a la habitación, llamó a su secretario, le pidió un detallado informe de los hechos recientes en la Tierra y quedó sorprendido por lo que escuchó. Era la siesta con los resultados más nefastos que se había dado, peor aún que la del Diluvio Universal. Esto le dolió un poco, así que se puso su traje de gala y ordenó que le trajesen pronto la base de datos para iniciar la entrega de ciertas compensaciones a las almas que estaban fuera.

Así, pues, comenzó Jehová a repartir su Juicio sobre todos aquellos que le habían esperado en los jardines del palacio pensando que eran el Cielo. Fue indulgente con la vasta mayoría, sobre todo en virtud de lo mucho que habían esperado, lo mezquinas que habían sido la mayoría de sus vidas y el desinterés que le generaban sus prosaicos pecados.

Pero cuando llegó el turno de hablar con el grupo de sus autoproclamados Adoradores de los Últimos Días, esos que fueron muertos por causa de la Plaga, le provocaron un especial desagrado. Éste aumentó cuando, apenas llegando, comenzaron a reclamarle por causa de su sádica crueldad y por la falsedad de las palabras que le había dado al Profeta: ni uno solo de los fervorosos creyentes se había salvado de la mortandad.

El dios escuchó con detalle y paciencia la historia; acusó de charlatán al Profeta y ordenó especial castigo para él. Luego de que se lo llevaran, se dirigió a las almas que observaban perplejas cómo su líder era el único que se iría al infierno. Con una voz entre la ironía y la compasión, le dijo a la multitud:

¿En serio nadie os dijo que los Niños Índigo eran un mito?

(¿Moraleja…?)


Comentarios

Hidekisama dijo…
Don R. Spiral, deje me felicitarlo un éxito rotundo, me encanto.
la moraleja podría ser: Confía más en tu sentido común que en alguien que se jacte de hablar con dios.

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