INFLUENZA METAFÍSICA (cuento para los resfriados)
Primero, los ojos se dirigieron hacia el charco alargado con una buena cantidad
de vino en el suelo. Luego, siguieron la púrpura línea fragmentada de por dónde voló el
resto, para dar después con unas manchas en el pantalón, la camisa, y finalmente sus
labios chorreando tinto.
de vino en el suelo. Luego, siguieron la púrpura línea fragmentada de por dónde voló el
resto, para dar después con unas manchas en el pantalón, la camisa, y finalmente sus
labios chorreando tinto.
El obsceno estornudo del joven sonriente y de mirada desorbitada hizo
enmudecer la recepción, dando pronto pie a una serie de murmullos reprobatorios que
hicieron llenar de ira al desconcertado anfitrión.
Pero al de la sonrisa no le importa, sabe algo que ellos no, nadie más puede ver
lo que pasa. Con el vino había expulsado el último remanente de su ignorancia, y ahora
Gautama niño se posaba sobre el loto que crecía en el medio exacto entre sus pupila
dilatadas. En su mano izquierda, cinco pequeños Heidegger le revelaban la verdad sobre
el ser y la nada, mientras Spinoza trazaba sobre su derecha el nombre algebraico de
Dios. En su ombligo brillaba la luz de mil gurués que le rendían tributo, mientras sus
pies se hundían en la tierra para ramificarse y convertirlo a él, y sólo a él, en el Ygdrasil
puro de los eones por venir…
A la mañana siguiente, el espejo del baño le muestra los mocos secos en el rostro
y las cortadas de vidrio en su pómulo izquierdo, dando fe de lo realmente sucedido en
esa larga noche que ahora trata de recordar de manera borrosa y fragmentaria. Conforme
va dando orden a los hechos, se dice que no debería volver a mezclar antigripales, licor,
anfetas y marihuana la misma jornada en que tiene que superar un resfriado y asistir a la
presentación de un libro, en especial el de su ahora ex-mejor amigo.
Se lava la cara; en los vacíos que han quedado entre algunos sucesos está la
memoria vívida y potente de una revelación mística de la que no quiere dudar. “Es
imposible-se decía- que tanta sabiduría, tanto gozo, tanta plenitud y poder sean sólo la
reacción de un cerebro ante unas pocas drogas y muchas lecturas disímiles. Pasó algo
más, fui algo más”. Sin embargo, este pensamiento va acompañado por una duda que
comienza abrirse paso en su alma, y junto con ella crece un escozor es su nariz que le
hace estornudar con violencia.
Al incorporarse, siente nuevamente la convicción de la noche anterior. Dirige su
vista al espejo y sonríe; ahora lo comprende todo.
Una mujer de seis brazos, rostro fiero y ojos llameantes lo ha abrazado desde
atrás y susurra delicadamente en su oído: “Mi Señor, mi Iluminado…”.
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