Leyendas Costarricenses (Parte 1)
¡Saludos! Como parte de la celebraciones de Halloween, pero esta vez un poco más de Costa Rica, a lo propio, a lo nacionalista. Deseo compartirles una serie de cuentos muy nacionales que engloban el misticismo y folclor de este pequeño país. Muchos de estos cuentos olvidados por las nuevas generaciones adoptando "otras costumbres" y pues eso es malo para generar una identidad nacional.
El tema es bastante rico, ya que estas historias valorizan el como es el ser costarricense o al menos el como fue; ya que en muchos lugares se han perdido. Pero si se mantienen especialmente en zonas aun rurales y entre las personas mayores.
Las leyendas costarricenses son bastante interesantes, ya que dentro de un humor muy sano pero que a veces roza el negro intentan crear un cuento para generar una anécdota y una moraleja. Muchos de estos cuentos nacidos de mitos traídos de España y México, pero la mayor influencia es la Cultura Indígena Costarricense. Que actualmente conserva con gran vigor muchas de sus tradiciones. Si no podemos mencionar la "Fiesta de los Diablitos" que es una celebración basada en elementos anuales, que se representa con un entretenido baile.
Antes de iniciar con el articulo, me gustaría acotar algunas notas importantes sobre esta serie de entradas para el blog:
- Los artículos son algo extensos porque abarco 4 cuentos.
- Se tomara en cuenta cuentos o leyendas muy representativos nacionales.
- Son cuatro cuentos en una sola entrada, por que serian demasiados en entradas individuales.
- Colocare un "indice" para que los (a) lectores sepan que cuentos están en la entrada.
- Intentare colocar leyendas poco conocidas para hacer mas rico los artículos.
- No todos los cuentos serán con el tema "miedo", pero si son bastante disfruta bles.
Ahora los cuentos que voy a incluir en este primer articulo.
- El Jinete son Cabeza
- El Cadejos
- El Rey de los Tapires
- La Procesión de las Animas
Y el silencioso crepúsculo se arrebujaba entre la dulce meditación en que la llanura solía extasiarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la quietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de garzas van copiando sus finísimos plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas.
Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento arrecuesta sus erizados cabellos.
Es verano.
Y toda la llanura está reseca y solitaria, con aquella triste melancolía. Ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá en el corredor de la Hacienda, el Viejo Patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocanadas de humo de pipa.
Son pasadas las seis de la tarde; este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales, el ganado espera entrar en reposo y de cuando en cuando óyense los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño.
La peonada se ha concentrado en la cocina y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida saborean con apetito la merienda del día.
Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el allegro grandioso.
Todo el llano se puebla de sombras y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda los candiles lanzan su luz cobriza.
Patricia, la hija mayor del Patrón, se ha acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues Rosendo, uno de los sabaneros acababa de contar, una terron’tica narración, de las que suelen contarle cuando termina el trajín.
-¿Qué te pasa hija mía? Preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquella seriedad de hombre respetable.
-Vieras papá, que Rosendo estaba contando en la cocina que aquí asustan,, que llega tocias las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza.
Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote.
-No temas hijita, son supersticiones; son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo.
-
Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto?
-Yo te lo contaré, escúchame.
-Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela que en aquellos dorados tiempos cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, pe celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del Niño Dios, por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío.
Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del Patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por lo cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmelita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que había entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado.
José, sabanero dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a “ispiar” al cruce del camino de la plazuela, y así saciar su criminal y cruel instinto.
En efecto Luciano sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José sin masticar palabra alguna se lanzó encima del desafortunado muchacho descargando su arma criminal y cortándole la cabeza.
El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero.
Por eso hija mía cuando en las noches de luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha el trotar lejano de un caballo que viene acercándose a la hacienda, luego se oye que desmonta alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato vuelve a montar y se aleja por el llano.
Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza, es el mismo que en otros tiempos fue víctima de aquella tragedia pasionaria; es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda.
-Ya vez, hijita, esta es la leyenda que Rosendo quiso contarles a los compañeros.
Ahora, anda tranquila a dormir, que yo te seguiré, y olvida esa superstición, y que Dios te acompañe.
Patricia después de oir aquel relato, dio un beso a su padre y paso a paso sumida entre un profundo silencio, fue en busca del descanso.
En el zaguán sillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra, rumiaba sus penas en las dolientes notas de una canción, triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de los llanos a ser posadas en las copas florecidas de los árboles centenarios, canción que hace llegar hasta el blando lecho, donde duerme la amada mujer, de sus sueños.
Relato hecho por: Mario Cañas Ruiz
Vení temprano le decía Juan a su padre que por sus largas borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo cual contestaba este “hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi familia, madre que te engendró y padre respeto por Dios quiero yo”.
Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba, decidió darle un escarmiento, consiguió un cuero negro, varias cadenas de perro y se escondió a su espera.
Como siempre y de madrugada apareció su padre con tremenda borrachera, aprovechó Juan y poniéndose el cuero y sonando las cadenas quiso darle una lección.
“Por asustarme y contradecirme “cadejos” quedarás y a todos los borrachos del mundo en sus necesidades ayudarás”.
Espeluznante y fantástico animal que la gente supersticiosa lo señala como un enorme perro, de ojos encendidos, de pelo muy largo y enmarañado, que desde tempranas horas de la noche salía a asustar a las personas, en especial a los que andaban en malos pasos o niños desobedientes, o a espantar caballos, gallinas y hacer otras diabluras más.
Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y pavoroso que le podía haber sucedido a los que hubieran tenido ia mala suerte de ver a la más terrible de todas esas maléficas criaturas: el “Cadejos”.
Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como obra de magia, arrastrando enormes e invisibles cadena? que se oían pero que no se veían, rechinando largos y puntiagudos colmillos y lanzando fuego por la boca, ojos y orejas.
Las personas que tuvieron la mala suerte de verlo solían decir que era el verdadero Lucifer personificado en forma de perro.
Las personas que tuvieron la mala suerte de verlo solían decir que era el verdadero Lucifer personificado en forma de perro.
Se cuenta también de que muchos hombres y muy valientes que se aventuraron a andar a deshoras de la noche, por las calles solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más de una ocasión regresaron a sus casas “jadeando” de la carrera que les pegó el “espanto del Cadejos”, con la vista casi torcida al revés, y además, todos “mojados” y “untados” por haber visto al maléfico perro negro.
Según los relatos que dan consistencia a la leyenda del Cadejos, este horrible perro negro es el resultado de una maldición.
Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:
Era una humilde familia; el marido solía con frecuencia emborracharse en las cantinas y, llegando a deshoras de la noche a su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y amenazaba de muerte a todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima.
Otras veces le pegaba salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes.
Otras veces le pegaba salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes.
El hijo mayor de la familia decidió un día darle un buen susto cuando éste regresaba de sus andanzas nocturnas.
Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de la noche, se dirigió hacia un punto oscuro y solitario del camino, por el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.
Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que se acercaba, se puso el cuero peludo, luego avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en horrendo animal de ultratumba.
El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su papá, al ver aquella aterradora aparición, casi le da un ataque del susto y corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que los tantos años vividos ya no le pesaran.
La estremecedora aparición continuó sal iéndole al encuentro en el mismo paraje, cada vez que su papá regresaba de sus correrías nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo hacía abandonar su mala conducta y mucho menos el vicio del licor.
Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y dominado el miedo que aquella espeluznante aparición le producía, levantó la cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al espanto, pero cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que muy temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo matara.
El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho objeto de burla y de tan horrenda broma, profirió una maldición al muchacho:
“De cuatro patas andarás toda la vida”.
La maldición se cumplió y aquel hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es tanto con su negrura.
Esa fue la maldición por haber asustado a su padre: pasaría él a ser el Cadejos, para horror de la gente: ese perro de apariencia pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.
Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a nadie.
Al contrario, muchos supersticiosos aseguran que más bien suele acompañar a los solitarios caminantes para defenderlos del peligro. Aunque la tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta golpear a este perro en tinieblas, éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido corre seno peligro de una agresión.
¿Será cierto o no la anterior versión?
Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo es encontrarse con el Cadejos, en las calles oscuras de San Juan del Murciélago.
Relato hecho por: Nelly Peña
El otro lo buscó por todas partes pero no lo encontró. Entonces volvió a su casa y preguntó por su compañero, y como no había regresado, todos pensaron que había caído en una trampa y había perdido la vida.
Pero el desaparecido corrió y corrió detrás del tapir hasta que lo perdió de vista; entonces se paró para descansar. Pronto sus oídos percibieron el canto de un gallo.
Creyendo que se encontraba cerca de alguna casa, se acercó para ver y se encontró con un palenque muy grande. Entró en el palenque y se halló en la presencia de un hombre de fornida apariencia. “Heme aquí, ¿quién eres tú?” dijo el indio.
Y el otro contestó: “¿A qué has venido?”
Entonces el indio cazador le contó cómo había apuntado a un tapir y cómo lo había perdido. En respuesta el hombre del palenque le habló en estos términos:
“¿Por qué haces un juego de cacería?.Cuando dispares hazlo para matar, de manera que la pobre bestia no caiga herida para ser comida por los gusanos”.
“Sin embargo, veo que estás cansado; pasa y siéntate”.
Le trajo la chicha y le dio de comer carne del tapir al que el cazador había disparado sin alcanzarlo, pero que el dueño de la casa había matado.
Y después que hubo descansado, bebido y comido, el cazador dijo que ya había hecho una visita bastante larga.
El anfitrión le contestó:
“Toma este pedazo de la caña y plántalo en tu casa, y cuando la caña crezca hasta su tamaño natural otra vez, entonces, pero no antes de eso, podrás hablar otra vez”.
Cuando el cazador volvió a su casa, no pudo decir una palabra y entonces sembró la caña; y ésta creció, y cuando hubo alcanzado su tamaño normal, el cazador pudo hablar otra vez y contó a todos lo que le había pasado.
El hombre a quien había visitado era el rey de los tapires y por eso le había tratado así.
Fuente: “El Rey de los Tapires”. Costa Rica de Ayer y Hoy, Año 10, julio-agosto, 1956, N° 39, p.44.
Contaba la abuelita que ella todavía pudo conocer, aunque ya muy anciana, a doña Manuelita Canales, la persona más importante de esta historia, la cual debió acontecer muy a principio del siglo que pasó.
Doña Manuelita era una santa mujer; sumisa a su esposo don Camilo Briceño, bastante mayor para ella, tenía el puesto de Guarda nocturno en la antigua casa de Aduana y Agencia de Barcos “Ansaldo y Co”. No tenían hijos pero aún así eran muy felices.
Sin embargo esta felicidad vino a menos, y el asunto casi le cuesta la vida a doña Manuelita, que se vio en alitas de cucaracha para que no se fuera al hueco.
Y el motivo lo ocacionó la extraña y disparatada ocurrencia que el matrimonio tuvo de variar los métodos de vida que normalmente tienen los cristianos en todo el mundo.
Figúrese -nos decía la abuelita- que como el trabajo del marido era solo de noche, resolvieron variar los tiempos de comida y también los demás menesteres de un hogar corriente.
De esta suerte, a las cinco de la tarde se levantaban de la cama, tomaban su desayuno, y en tanto don Camilo se iba a su trabajo, su mujer a sus quehaceres domésticos cotidianos, que antes solía hacer de día. La gente gozaba con ellos, pero como eran tan buenos, nadie se metía a molestarlos y hay la iban pasando, ni envidiosos ni envidiados como dijo el poeta.
De esta suerte, a las cinco de la tarde se levantaban de la cama, tomaban su desayuno, y en tanto don Camilo se iba a su trabajo, su mujer a sus quehaceres domésticos cotidianos, que antes solía hacer de día. La gente gozaba con ellos, pero como eran tan buenos, nadie se metía a molestarlos y hay la iban pasando, ni envidiosos ni envidiados como dijo el poeta.
A las once de la noche le llevaba a su marido el almuerzo, a las tres de la madrugada un cafecito caliente con chilasquilas bien fritas, a las seis lo esperaba a comer y las ocho de la mañana se acostaban a dormir.
Así pasaron algunos meses y cuando ya se iba haciendo un hábito en ellos ese cambio en sus costumbres, he aquí que vino a ocurrirles lo siguiente:
Estaba doña Manuelita como a las doce de la noche un poco apurada en el lavado, restregando un poco de ropa en el patio, cuando oyó en dirección de la calle un rumor de gente rezando.
Extrañada y curiosa, salió a la puerta en el preciso momento que pasaba frente a su casa una procesión de gentes enlutadas. Iban rezando, llevando una cruz pequeña en una mano y en la otra una vela de esperma o de semillas de higuerilla, que eran las candelas de antaño.
Al cerrar su puerta una de aquellas personas le dijo tome, y le entregó una candelita.
Como estaba tan ocupada, distraídamente puso la vela por ahí un momento en un rinconcito atrás del baúl y se fue a hacer sus quehaceres. Dos días después volvió a ocurrir lo mismo y también una tercera y cuarta vez, y como en la primera ocasión, le entregaban la velita y ella la guardaba en el mismo rincón.
Un día amaneció, o mejor dicho atardeció enferma doña Manuelita y su marido la llevó al médico, pero como pasaba el tiempo y las medicinas no le hacían bien y estando sumamente delicada de salud, por consejo de las amistades don Camilo la llevó al sacerdote para que la confesara “por si acaso”.
Un día amaneció, o mejor dicho atardeció enferma doña Manuelita y su marido la llevó al médico, pero como pasaba el tiempo y las medicinas no le hacían bien y estando sumamente delicada de salud, por consejo de las amistades don Camilo la llevó al sacerdote para que la confesara “por si acaso”.
En realidad doña Manuelita estaba muy malita y el señor Cura creyó más conveniente suministrarle los Santos Oleos a fin de que en su ausencia no fuera a morir en pecado mortal.
Como el aposento estaba un poco oscuro pidió a una vecina que estaba ahí una vela, pero no encontrándose una a mano, le preguntaron a la enferma por el lugar donde solía guardarlas corrientemente, a lo cual ella señaló con el dedo el sitio donde tenía las que le habían regalado anteriormente en las procesiones.
La vecina hizo lo que se le ordenó, pero no encontró nada.
Aquí solo hay unos “huesitos” dijo y la ropa recién lavada de la señora.
Extrañado el señor Cura tomó en sus manos uno de aquellos huesos y al comprobar que eran humanos, se horrorizó y tirándolo a un lado hizo la señal de la cruz y se santiguo. Sin poder explicarse aquello, el sacerdote procedió de inmediato a confesar a la enferma revelando ésta la rara procedencia de esas piezas humanas. Explicando luego su caso. Manuela, le dijo, no puedo absolverte en nombre de Dios, Nuestro Señor, si no vas al cementerio a devolver eso. Ya ve doña Manuelita, lo que le pasa por variar sus costumbres.
Extrañado el señor Cura tomó en sus manos uno de aquellos huesos y al comprobar que eran humanos, se horrorizó y tirándolo a un lado hizo la señal de la cruz y se santiguo. Sin poder explicarse aquello, el sacerdote procedió de inmediato a confesar a la enferma revelando ésta la rara procedencia de esas piezas humanas. Explicando luego su caso. Manuela, le dijo, no puedo absolverte en nombre de Dios, Nuestro Señor, si no vas al cementerio a devolver eso. Ya ve doña Manuelita, lo que le pasa por variar sus costumbres.
Esa procesión que Ud. vio pasar es la procesión de las ánimas benditas, que salen todos lo lunes, a las doce de la noche y mientras no devuelva esos huesos las ánimas le estarán inquietando siempre y no podrá vivir o morir tranquila.
Levántese como pueda y vaya al cementerio a enterrarlas y que Dios le dé fuerzas.
Gran revuelo causó eso entre el vecindario y una señora ya muy mayor le aconsejó a la enferma que se hiciera acompañar por dos niñitos, porque eso le ayudaría mucho para conseguir indulgencia. Doña Manuelita hizo todo lo que le aconsejaron y como en realidad ella era una buena mujer, no faltaron personas caritativas que le acompañaron en su triste misión al camposanto.
Y dicen algunos, que estuvieron presentes a la hora de enterrar los despojos que cuando echaba el último puñado de arena se escuchó una voz de ultratumba perdonándola.
FRANKY "DÁNDOLE SU ESPACIO AL MITO COSTARRICENSE" CYBORG
Comentarios