Costa Rica: Un país que vive en la mentira


Articulo de: Geovanny Debrús Jiménez.


Cuando uno era niño en la iglesia le decían que mentir es pecado, que la mentira tarde o temprano se descubre. Pero aprendimos que algunos pillos, a pesar de la mentira y de los valores religiosos que nos enseñaban y decíamos valorar, se salían con la suya. Y hasta hoy, seguimos diciéndonos cristianos, pero sin aplicar los valores del cristianismo. “Son mentiras piadoras, una mentirilla blanca no daña a nadie…”

Quizás podríamos decir que vivimos en una sociedad basada en la mentira, pero en esta oportunidad es preciso enfocar el tema país y su cultura política, enfrentarnos a las consecuencias peligrosas de la mentira reproducida con orgullo.

“Profe, pero dicen que el presidente va a firmar un impuesto nuevo, que está listo en la Asamblea, con el que van a obligar a cargar todo con un 15%”, me dijo esa tarde el salonero. Cuando le desmentí lo del impuesto nuevo, al rato me dijo indignado que los niños y niñas ahora compartirán los baños mixtos “y sólo falta ya darles un condón para que se protejan”, agregó al rato.

Un familiar, ese mismo día, también me dijo por WhatsApp que está indignado porque quieren imponerles el aborto y el suicidio a los cristianos. “Si nos obligan a matar a los niños y a matarnos a nosotros quién quedará en la tierra”, me escribió visiblemente molesto.

Por la noche, el guarda nicaragüense de la pulpería del chino despotricaba contra “el presidente gay” porque quería enriquecerse “robándole a los profesionales que trabajan con lo que saben y su esfuerzo con un impuesto nuevo llamada IVA”. Le intenté explicar que gracias a presidentes como ese ellos no eran perseguidos en este país, pero insistió en el “gay” y que eso va contra la naturaleza y la Biblia, como le explicaron en el culto.

Por ahí le leí a alguien que un conductor de Uber le dijo, convencido de que era verdad, que el presidente Alvarado había recomendado cambiarse de sexo para conseguir empleo.

Un rato antes un amigo me había escrito: “La gente está desilusionada, está frustrada, todos hablan pestes del Gobierno y la gente quiere un golpe de Estado”.

Y lo último fue que el MEP pidió a los colegios celebrar el orgullo gay este viernes 28 de junio, antes de la salida a vacaciones, hecho claramente desmentido.

En general, todas esas expresiones tienen algo en común: son grandes mentiras.

Más tarde me metí a Facebook y fue la barbarie. Ya no son unos cuantos, ahora son cientos y miles de perfiles (algunos evidentemente falsos) que reproducen memes y expresiones falsas una y otra vez. La red se ha convertido en una burbuja de la mentira, de las fake news, pero el premio mayor se lo lleva el WhatsApp, donde los memes, audios y videos falsos abundan.

Entonces me di a la tarea de investigar más a fondo. ¿Qué tanto cala la mentira a pesar de saberse mentira? Y el resultado es tenebroso: ya no nos importa mentir, nos sentimos orgullosos si sabemos que esas “mentirillas blandas” logran el objetivo de joder a quienes han traído valores contrarios a nuestra fe, aunque esa “fe” sea una contradicción, porque no la practicamos.

El asunto es tomar bando. A eso le llamamos clivaje político, la tendencia que tienen las personas de posicionarse en dos bandos, polarizados, para sentir orgullo de lo que defienden.

El gran problema no es tener una posición ideológica o política, es que sostengamos esa posición a punta de mentiras y nos sintamos orgullosos de esas mentiras. Es que ya no nos importa la mentira, ni nos importa confirmar si son o no mentiras: estamos formando nuestros “criterios” a punta de memes del WhatsApp tan falsos como un dólar hecho en Costa Rica.

En efecto, cuando hablás en la calle con cualquier fulano desinformado (que no lee más allá de los titulares de los medios amarillistas y se desinforma a punta de memes, audios y contenidos falsos), lo primero que percibís es esa necesidad de desmentir todo lo que se le desprende, como una retahíla de mentiras.

Se trata de una retahíla de consignas que incluyen la palabra “pueblo”, que hablan del “hambre” de la gente, del presidente comunista (o neoliberal, según el gusto), el presidente gay o tal por cual, del Gobierno que no “hace las leyes” para ayudar “al pueblo” (como si fuera él quien hace las leyes), del Gobierno y los PAClovers que solo defienden a los ricos, que no hay peor ciego que el que no quiere ver, y muchas más afines. Todas ellas escuchadas por ahí, repetidas como verdades del templo, acuerpadas como expresiones que aunque puedan ser mentirosas tiene una especie de dignidad porque -según ellos- se trata de defender “al pueblo”.

Defender al pueblo, a la gente y luchar contra la corrupción es algo que todos los costarricenses deberíamos tener como principio de vida, pero basar esa lucha en la mentira es como hacer una siembra en un terreno seco e infértil. Porque no se puede luchar contra la corrupción con más corrupción, porque defender al pueblo no es defender los intereses de unos cuantos, de líderes de grupos políticos que no tienen escrúpulos para crear esas mentiras en su búsqueda deshonesta del poder; porque es una lucha sin sentido, sin contenido y sin realidad.

Costa Rica está hoy viviendo de la mentira y nada se puede construir con la mentira, sólo odio, dolor y violencia, en un círculo interminable de destrucción de nosotros mismos.

Y siguen mintiendo, construyendo una Costa Rica basada en la mentira. ¿Quién financia esto, quién paga este daño al país? ¿Es una campaña sistemática de algún grupo de oposición o se trata de personas aisladas llenas de odio y frustración por la derrota electoral de 2018? Porque tengamos algo bien claro, el daño real no es contra el Gobierno, es contra el país; el Gobierno pasa, el país nos queda ahí, maltrecho y tercermundista, más tercermundista…


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