Kimetsu No Yaiba: Bondad en la Maldad


¡Saludos lectores! Este año está siendo testigo de varias y muy buenas producciones, pero a nivel mediático hay una clara ganadora.

Tras su reciente final y la más que obvia confirmación de una secuela a manos del mismo estudio, Ufotable ha aupado el nombre de Kimetsu no Yaiba a lo más alto del mainstream y ha consolidado el manga original como un auténtico superventas capaz de mirar casi de tú a tú a titanes como One Piece o Kingdom.

Desmesurado o no, lo cierto es que es innegable su arrollador éxito, pero también algunos aspectos que no terminan de cuajar. Y el tratamiento que se le da a la introspección de sus villanos es uno de estos.

Kimetsu no Yaiba es una serie de tintes más crudos y oscuros que muchas de sus congéneres. La ficción empuña continuamente un filo que viaja entre ese espacio existente entre vida y muerte. 

Tan explícita en ocasiones como parca en detalles, la serie ya dejaba asomar desde sus primeros compases un profundo respeto por los difuntos. Mostraba deferencia por aquellas almas que recién habían marchado, y por aquellas que lo hicieron mucho tiempo atrás.


La dicotomía que explora a través de ese duelo perenne entre demonios y humanos invita a ello; a dar valor a la vida y muerte. Y por esta misma razón intenta ahondar en el lado más terrenal del enemigo, en explorar a grandes rasgos la humanidad perdida de aquellos que trascendieron su condición humana. Eternos segadores de almas que dejaron de sentir. Y el vehículo idóneo para mostrar esta dualidad reside en su protagonista, en su construcción y en los valores sobre los que comulga.  

Pero, ¿cómo se explora esto? A través de los últimos instantes de vida de los demonios, de esa retrospectiva que precede el último aliento de la bestia. Cuando los demonios caen la serie sondea la dicotomía, se vuelve más intimista e ilustra la muerte como un fin catártico. Porque es a través de ella cuando recuerdan sentimientos añejos y arrojados en lo más profundo de su ser.

Y recuerdan, recuerdan qué eran antes de la conversión: simples humanos. Mientras el manga de Koyoharu Gotouge pasa de una manera más o menos fugaz por este tipo de contenido, Ufotable se recrea y estira el chicle de la empatía para engrosar de minutos adicionales el metraje. Sin embargo, este hecho puede terminar pecando de irrelevante; de contarle algo al espectador que quizá no le interesa tanto como podría parecer en primera instancia. Así, el énfasis narrativo en la exploración del lado humano de los demonios puede suponer cierta losa. Pero, como en casi todo, se puede llevar a cabo más de una lectura.

Y esa otra lectura es la que tiene que ver con el protagonista de la ficción, Tanjiro, y el discurso que le distancia de la gran mayoría de sus compañeros de gremio. Mientras unos solo ven criaturas consumidas y desprovistas de alma, el joven espadachín ve las dos caras de la moneda. 

Entiende el mal, asume su erradicación, pero no encuentra placer ni sosiego en sus muertes. Porque a diferencia de otros, él vislumbra la humanidad que una vez tuvieron y se esfuerza en comprender el dolor y sufrimiento experimentados a lo largo del proceso.


Se trata de una construcción de valores coherente si tenemos en cuenta que la propia hermana del protagonista también trasciende su condición humana. Y sí, su caso es una excepción ya que mantiene la cordura y no cede a sus nuevos instintos, pero Tanjiro se aleja de la miopía que podría generar el caso de un ser querido y extrapola al resto, consagrándose en diversas ocasiones como una figura cándida que no teme a la hora de mostrar compasión y rendir culto. Un último reducto de complicidad para vidas que expiran y encuentran en pequeños gestos el recuerdo del confort humano.

Por todo esto, mostrar de forma reiterativa los retazos de una humanidad perdida y pinceladas del pasado de los demonios cuando el filo de una espada atraviesa su gaznate funciona de un modo bidireccional. Una de las direcciones sirve como refuerzo del discurso del protagonista, para mostrar que puede no haber perdón, pero sí compasión. 

Tender puentes emocionales entre «especies». La otra, en cambio, tiene cierta propensión a buscar el apego emocional del espectador, en crear una empatía que funcionaría mucho mejor si el recurso no se utilizara con tanta frecuencia. Si se pretende humanizar a personajes malvados carentes de un sólido background es fácil caer en cierta sensación de monotonía, fatiga incluso, porque se busca una conexión con personajes que, a fin de cuentas, son intrascendentes para el desarrollo de la trama.


Es un recurso que sobre todo explota la adaptación animada y que, a la larga, podría terminar repercutiendo en el caso de un futuro villano que sí tenga ese background que precisa, siendo posible lograr así cierto grado de empatía. Este punto también me lleva irremediablemente a pensar en la necesidad que tienen muchas ficciones de humanizar a sus villanos, de que el espectador o lector entienda y comparta los motivos que les llevaron a actuar así.  

Porque muchas veces la maldad no tiene una justificación lógica. Surge, se retroalimenta y explota, sin más.

Si Muzan Kibutsuji —villano principal de Kimetsu no Yaiba— termina siendo esta clase de villano no sería un problema. Porque no siempre podremos compadecernos del pobre diablo. A veces, el diablo será diablo sin más, y no habrá justificación para sus actos.



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