Ser un Guerrero: Vinland Saga


¡Saludos lectores! «El hombre, esclavo del dinero, sostiene el látigo. Azota con él al esclavo que compró con su dinero, asegurando ser su amo. Jamás se dará cuenta. Todo ser humano es esclavo de algo».

La imagen del vikingo es una pura fuerza. Sus leyendas, sus carnicerías, su poder. Cualquier apelación a su historia se encuentra plagada de muerte y de conquista, de imposiciones de poder. Porque esa era su naturaleza, se dice. La naturaleza del hombre y la reafirmación de las palabras de Plauto en Asinaria, «El hombre es un lobo para el hombre».

Y dentro de esa afirmación, de la suposición del hombre como una bestia de dos caras —la del hombre y la del propio lobo—, los vikingos son la más pura representación de dicha dualidad. De la fuerza, la temeridad y la crueldad que exceden las necesidades de la bestia y se tornan en las imposiciones humanas. Lejos del instinto, su historia es una de conquista e imposición.

De gloria y muerte, o muerte y gloria, según el prisma que lo observe.

Nota: ¡El análisis contiene Spoilers!




Otra forma de observar la historia

Pero Vinland Saga no es —menos, pretende ser— la historia de los vikingos. Vinland Saga, la obra de Makoto Yukimura que nos presenta, bajo una capa de elegancia, Wit Studio y Shūhei Yabuta, es la historia de Thorfinn. Una historia que traza grandes valores introspectivos y observa, no solo a los vikingos, sino a sus personajes a través de un prisma diferente. Pues donde otros ven gloria, su obra solo ve un drama constante. El drama de quien recorre el camino del guerrero.

El hecho de que sea Thorfinn, un niño que crece bajo el atento deseo del poder para luchar y no Thors, una vieja leyenda del campo de batalla que entrega su vida al pacifismo remoto en Islandia, es una perfecta muestra del tipo de narrativa que pretende esgrimir Yukimura desde un principio. Más lo es la forma en la que nos muestra su inicio y final.

 La muerte de Thors. La inevitable muerte de aquél que no es pero podría haber sido su protagonista. El detonante de una historia de amor corrompido, de venganza, muerte y, sobretodo, drama humano.

Porque Vinland Saga pretende siempre ir un paso por delante de sus pretensiones. Su historia es la de uno de los conflictos armados más extensos, duros y cruentos de nuestra historia. Pero, a su vez, es tan solo la historia de quienes vivieron en ella. Su enfoque, la conquista de Inglaterra por parte de Dinamarca es siempre una excusa que palidece frente a la idea de la tierra prometida, Vinland — America. Sus combatientes, parte de un atrezzo en el que encontramos actores como Thors o Leif, un comerciante en la era de los guerreros.

Su protagonista, su “héroe”, un niño que vive una vida de engaños, persiguiendo la falsa paz interior que la ofrece la idea de su venganza.


Un conflicto interno

Más de diez años separan dos puntos equidistantes. Inicio y fin de un prólogo que narra la vida de Thorfinn antes y después de la pérdida de Thors. La evolución del chico como guerrero, en primer plano y como persona, siempre en segundo. Dos puntos distantes que resultan especialmente cercanos, que se resumen en un mismo ideal y que sirven para mostrar, no solo quan vano ha sido dicho camino, sino también lo pérdido que ha estado Thorfinn durante todo este tiempo.


La adaptación de Yukimura juega siempre con los pequeños detalles. La suya no es tanto una historia definida sino pequeños reflejos que se suceden a lo largo de esos dos puntos. Entre la muerte de Thors y la pérdida final de Askeladd.

Todo ello, por supuesto, en una continua dicotomia que intenta humanizar a Thorfinn —se entiende, en consecuencia de las palabras de su padre— mientras el chico recorre, sin miedo ni miramientos, un camino que lo deshumaniza y arroja al más profundo pozo a cada paso que da. Hay ideas constantes, más allá de las muertes y los recados, más allá de la constante ansia de Thorfinn por conseguir un duelo justo contra su objeto y padre adoptivo.


La hay cuando es rescatado por una mujer inglesa, descubriendo brevemente la paz en su hogar. La hay cuando le recuerda a Hordaland, una esclava, la existencia de Vinland. Pero al final del día, él mismo se resigna y deja morir a la mujer y a su hija. Él mismo huye, en busca de un destino auto-impuesto que le arroja a las profundidades morales de su ser, y olvida a la esclava a su suerte.

Porque Thorfinn es un esclavo de la venganza. Un esclavo, al fin y al cabo, de si mismo y de sus propias emociones. De principio a fin. Porque Thorfinn, al contrario que la obra en si misma, no consigue aprender nada. La suya es una muerte lenta y agónica, que se extiende a lo largo de once años y que no encuentra la paz al perder la luz que ilumina su camino.

Las opciones de redención no son más que obstáculos en un camino del que su propio padre renegó y del que Askeladd —más padre ahora que Thors— intenta desviar. Un camino que no tiene, ni mucho menos, al Valhalla por destino. Tampoco la paz. Solo la más absoluta perdición.

La historia de tantos

Pero Vinland Saga es mucho más que la historia de Thorfinn. Es la historia de cada uno de sus actores y actrices, de sus vidas y sus muertes, pero, especialmente, de su evolución. La obra tiende a dar motivos y justificaciones a todo lo que muestra. Desde la brutalidad de Thorkell, que se estipula siempre como contraposición a Thorfinn en misma dirección pero diferente sentido —buscando la gloria, y no la perdición, a través de cómo él siente el camino del guerrero— a la humanidad de Askeladd, que no busca, en realidad, más que culminar su propia historia en base a los deseos de su madre.


Askeladd resulta, en si mismo, un contrapeso argumental a lo que supone la memoria de Thors, pero nunca la otra cara de la moneda.

Él acaba siendo el verdadero objeto de la mirada pacifista de su autor. La forma en la que el hombre desprecia a los vikingos, a su forma y a la naturaleza de la imposición del poder lo hace un hombre calculador y frío, pero también especialmente emocional. La suya es la verdadera historia del héroe, truncada, siempre entre las sombras y rebajado al nivel de un mercenario que no teme en luchar por sus ideales, incluso si eso supone la muerte de cientos de personas. Su réquiem, a su vez la catarsis de Thorfinn, no demuestra más que su poder de sacrificio y la capacidad del hombre por salvar aquello a lo que ama.

Canute o Ragnar son otra muestra de la capacidad del autor para transgredir los límites de la ficción histórica en su contexto argumental, suponiendo, no solo la evolución del príncipe, sino su relación con su maestro y como rehuye de la monarquía en busca de la estabilidad que podría ofrecer la simple vida de un campesino. Una estructura basada en el drama que desestabiliza las bases de aquello que representa para trabajar con una versión opuesta que ofrece nuevos puntos de vista.


Al final, y con estas, la obra consigue vuelve a sus dualidades para atacar, una vez más a Thorfinn. Porque aunque somos espectadores de su descenso al infierno, la narrativa de Yukimura siempre se presta a la agonía y nos regala escenas como el pasado de Askeladd o la muerte de Bjorn, un soldado con la fuerza de diez hombres que muere lentamente intentando luchar únicamente por la amistad de aquél que sabe que lo detesta por una intolerancia basada en su ideología y sus heridas del pasado. Ese es el nivel de Vinland Saga.

El fin del prólogo

Al inicio de su historia, de su prólogo, Thorfinn se pregunta porque su padre compra a un esclavo poco antes de morir. Al final de su historia, también de su prólogo, Thorfinn se pregunta cómo es posible que la vida de Askeladd se apague en sus brazos cuando él no ha podido acabar con ella. El prólogo de Thors y el final de Askeladd son, al fin y al cabo, los dos puntos que marcan el camino de Thorfinn. No su final, ni mucho menos, sino más bien su inicio.

La actuación del hombre, su réquiem, garantiza el gobierno de Canute y la seguridad de que Gales no será atacada.

Al final, él es realmente un héroe. Más allá de las promesas vacías o de lo que espera en Valhalla, Askeladd es el único personaje de toda la obra que consigue su objetivo antes de morir. Pero, de nuevo, más allá de eso, de su papel y su sacrificio, se encuentran las palabras hacia Thorfinn. Las palabras que, al fin y al cabo, un padre dedicaría a su hijo. Y la daga. Porque la daga de su verdadero padre nunca llega a robar la vida de Askeladd.


Al final del prólogo, la catarsis de Thorfinn es la catarsis de Askeladd. Un pequeño paso a su humanidad quizás, al verse incapaz de matar a quien, lo quiera o no, ha acabado enseñando todo lo que sabe y con el que ha trazado lazos emocionales imposibles de cortar —capaces, incluso, de evitar su redención a través del soñado viaje a Vinland junto a Leif. Un gran paso, sin embargo, hacia la perdición que lo acosa a lo largo de toda la obra.

A su servidumbre y esclavitud, al camino del guerrero que dista aún mucho de aquello que ambas figuras entienden con claridad.

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