Sobre Libertad y Esclavitud



No deja de ser inquietante aquella frase que dice: "En el amor, la esclavitud es tan gloriosa como la libertad, porque remite de inmediato a pensar en el significado de dos situaciones humanas".

La imposibilidad que tienen una persona o un colectivo de pensar, tomar decisiones y actuar autónomamente por coerciones fundadas en razones ajenas y objetables por ellos (es decir, no queremos entrar en los casos en que es imposible por razones y realidades objetivas, naturales y no impuestas arbitrariamente, realizar o ejecutar una acción determinada) y la situación radicalmente opuesta, en la que se puede actuar y pensar sin restricciones. 

Salta a la vista que hemos acotado intencionalmente los conceptos de “esclavitud” y de “libertad” para no dejar que la licencia poética nos lance a horizontes demasiado metafóricos, pero hemos preferido no delimitar la idea de “amor”. La razón es simple, nos preguntamos: ¿Qué significa este término en relación con los otros que hemos definido? ¿Es posible mantener dicha postura en nuestros tiempos? ¿No resulta este pensamiento una mera construcción literaria?

Nos adentramos en el campo de lo que significa ser humano y de las consecuencias que conlleva pretender serlo. Es fácil definir en términos positivos lo que es ser libre, pero cuando algo impide la realización efectiva de aquello que en otro contexto real y actual es posible, deseable e incluso auspiciable, surge la cuestión de si existe o no la libertad. En otras palabras, nos preguntamos si la libertad es más que una mera abstracción de las situaciones que podemos sustantivar como un acto libre de la persona o del colectivo.

Desde un puro pragmatismo, diríamos que no. Pero no hay duda que muchas personas han llegado a una integridad personal tal que no podemos describir su vida como esclavitud, porque aunque se encontraron en cadenas vivieron en un total desprendimiento de sí mismos y en un rechazo subversivo –a veces silencioso, a veces fuertemente expresivo– de las iniciativas y prácticas restrictivas de otros que quisieron someterlos a un statu quo inicuo e intolerante. ¿Cómo y por qué han llegado a vivir así?

El ser humano ha hecho de la “esclavitud” y de la “libertad” espacios de manifestación de su amor, que trascendió su situación, pero que al mismo tiempo la llenó de sentido y le confirió un futuro. Esto significa que para ellos resultó intrascendente que otros, desde fuera, pretendieran imponerles su voluntad a la fuerza, porque se trataba de un intento fracasado a priori. 

La fuerza de estas personas tan singulares, no puede ser definida ni como nacida del odio, ni como masoquismo, ni mucho menos como indiferencia, porque optaron por no caer en las garras de estas actitudes, sino que consideraron que la vida humana de por sí es digna de ser respetada, cultivada y defendida. Esta firme convicción, anclada en lo más profundo de su interior, les sirvió de motor para enfrentar cualquier situación adversa con las armas de la más radical bondad y compasión por otros.

Todo esto trae consigo un corolario importante: esclavitud y libertad son dos conceptos relativos, que no funcionaron para ellos como ejes primordiales en la construcción de un sentido vital. No fueron la fuerza que mueve la existencia, sino que fueron instrumentos usados desde un valor más alto y sublime, que tenía como horizonte un futuro alternativo. Por ello, estamos delante de una auténtica subversión de la razón, si es que pensamos en ella como el sentido lógico de las cosas al cual llegamos por la ponderación fenomenológica de lo que acaece y de lo que podemos llegar a comprender del funcionamiento del mundo biológico, social o cultural. 

El sentido lógico no está imbuido de valores, solo puede pretender construirlos desde los resultados de su inquisitiva. La historia del pensamiento nos demuestra, sin lugar a dudas, que los resultados no son unívocos, ni coherentes entre sí, al contrario. Esta es una de las presuposiciones básicas del pensamiento posmoderno.

Por ello, amor no es otra cosa que la “irracional opción” por el ser humano, con todos sus atributos y negatividades, con sus capacidades y sus yerros, que nos lleva a respetarlo en su individualidad particular y en su historia. Amor, sin embargo, también significa negarse a claudicar en el intento de ofrecer nuestra amistad, incluso en los momentos más difíciles del conflicto y de la contradicción. 

Pero todo ello, en la más absoluta certeza de que la mentira, la injusticia y la violencia no pueden ser mantenidas como caminos válidos para construir un futuro mejor.

¿De dónde nace esta opción tan totalizadora y desconcertante? Cada persona que ha llegado a esta convicción tendrá seguramente una historia particular que lo explique. No hay duda que muchas de ellas darán respuestas religiosas, otras tal vez no lo expliciten de esta manera. Sin embargo, llegaron a asumir una coherencia tal que la frase de Tagore se puede mantener como una descripción válida del resultado de su vida.

Y, por eso, cabe preguntarse si los derroteros de nuestro mundo no deberían repensarse por otros caminos que nos hagan subvertir el desaforado intento de una “racionalidad” reductiva y egoísta que quiere imponerse como sentido absoluto de la vida social y personal, porque hasta el momento dichas pretensiones solo han logrado lanzarnos a situaciones llenas de contradicciones y marcadas con el sello de la injusticia. 

Pero ¿nos atreveremos a fundar el sentido de nuestra vida en semejante subversión de la razón? Quizás en el devenir del tiempo, se revele la respuesta...

Sendoshi Kurumada

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