Cuentos Cortos: EL SLEEPY HOLLOW SAMURÁI, LA CABEZA SIN JINETE


¡Saludos lectores! Empezamos Octubre con cuentos y mitología. Y habiendo leído esta leyenda Japonesa me parece muy interesante compartirla, dado el paralelismo con la historia de origen occidental conocida como "El Jinete Sin Cabeza". Lo cual me hace pensar en una leyenda muy costarricense como lo es el "Padre Sin Cabeza" o hasta la misma leyenda de la "Carreta sin Bueyes" que tienen cierto parecido al menos en el fundamento de la leyenda, pero claro aplicando los valores e idiosincrasia de cada país o región.

El mito nos cuenta:

En pleno corazón de Tokyo, rodeada de neones y moles de hormigón, hay una pequeña tumba donde descansan desde tiempos remotos los restos de un antiguo caudillo samurái.

Se trata de Taira No Masakado, uno de los grandes villanos de la historia de Japón. En realidad allí solo está enterrada su cabeza, que le fue separada del pescuezo como castigo a sus crímenes. Y se dice también que en torno a ese lugar, en mitad del distrito de Otemachi, el Wall Street japonés, donde los edificios de las grandes corporaciones crecen como setas, se suceden los sucesos extraños y las muertes en circunstancias misteriosas. 

No, no nos hemos equivocado de blog, esto sigue siendo Historias de la Historia. Pero, en el caso de Japón, historia y leyenda van casi siempre de la mano. Vamos a tratar de separar realidad y ficción y contar cómo acabó allí la supuesta cabeza maldita de este de Sleepy Hollow samurái, y si realmente era tan malvado como lo pintan.

A finales del siglo X Japón estaba en plena era Heian, una época de florecimiento de las artes y la cultura. El país se halla teóricamente bajo la autoridad directa del emperador, que ordena y manda desde su palacio en la nueva y resplandeciente capital, Kyoto. Pero al hijo del cielo y sus cortesanos les interesaba más la poesía que las tareas de gobierno, y quienes de verdad manejaban los hilos de la política nacional eran unas pocas familias nobles que hacían y deshacían a su antojo. 

Al mismo tiempo, en los territorios más alejados de la capital, empezó a prosperar una pujante nobleza provinciana, eminentemente guerrera, que pese a estar teóricamente al servicio de la corte iba más bien por libre, sin preocuparse demasiado del regente de turno. Eran los primeros samuráis.

En aquellos tiempos, un samurái era básicamente un tipo un tanto rústico que se ganaba el arroz guerreando contra tribus bárbaras por provincias perdidas de la mano de Buda, casi siempre para defender los intereses y las tierras de la decadente nobleza cortesana que, a muchos kilómetros de distancia, en Kyoto, se dedicaba a trasegar sake y componer versos a la luz de la luna. El joven Taira No Masakado era uno de estos guerreros provincianos, criado en las llanuras de Kanto, no lejos de lo que hoy en día es Tokyo. Pero, como todo miembro del clan Taira que se precie, le llegó el momento de ir a la capital a hacer carrera. Los Taira eran uno de los linajes samurái más antiguos y prestigiosos. Emparentados con la propia familia imperial, han jugado un papel clave en la historia de Japón desde el albor de los tiempos.

Pero las sutilezas de la corte resultaron más complejas de lo que Masakado esperaba. Abrirse paso entre aquella recua de sibaritas y estómagos agradecidos no era empresa fácil para un rudo soldado de provincias como él. 

Así, la breve carrera de Masakado en palacio acabó por irse a la porra del todo cuando intentó optar, sin éxito, al puesto de kebiishi, una especie de comisario de policía de la época. El cargo acabó en manos del enchufado de turno y la cosa pudo haberse quedado ahí, pero Masakado, que tenía un pronto muy malo, se tomó el fracaso a la tremenda. Volvió hecho un basilisco a su tierra natal y empezó a maquinar una rebelión para enseñarles a aquellos cortesanos intrigantes cómo se las gastaban los samuráis de Kanto.



Y vaya que iban a saberlo. La revuelta de Masakado iba a ser de las que hacen época, poco faltó para que el imperio entero se colapsara. Algunas fuentes incluso le atribuyen haberse nombrado emperador, formando en Kanto una corte alternativa a la de Kyoto donde repartía títulos y tierras como si fuera el verdadero hijo del cielo. Si bien es dudoso que llegara hasta ese extremo, en todo Japón no había quien pudiera toserle. Sus victorias en el campo de batalla se sucedían una tras otra, y se las arreglaba para masacrar con una facilidad insultante a cuanto ejército mandaban contra él. Los nobles de Kyoto, con el emperador a la cabeza, estaban completamente acongojados.

Los verdaderos motivos de Masakado no están claros. Es difícil recrear exactamente el curso de los acontecimientos, pero las fuentes más verosímiles hablan de un Masakado que vuelve a sus tierras con el rabo entre las piernas tras el despecho sufrido en Kyoto, solo para verse envuelto en una desafortunada cadena de disputas familiares, con el clan Minamoto, enemigo secular de los Taira, metido también en el ajo. Lo que empezó siendo una simple escaramuza entre caciques locales acabó por salirse de madre hasta tal punto que Masakado se vio, de golpe y porrazo, enfrentado al gobierno imperial y a su propia familia. Probablemente no tuvo más remedio que echarse al monte y declararse en rebeldía. La rebelión de Masakado no pasaba de ser una huida hacia delante. A base de instigar levantamientos y escabechar a cuanta expedición de castigo le echaban encima, tenía la esperanza de acogotar al emperador y sus ministros hasta tal punto que no les quedase otro remedio que avenirse a negociar una salida honrosa. El problema era que descalabrar enemigos se le daba a Masakado bastante mejor que las maniobras de la alta política. Lejos de desenquistarse, a cada día que pasaba el embrollo se hacía más y más gordo.

Tras cinco años de batallas, en los que a cada uno de los caudillos en liza tan pronto lo declaraban rebelde y enemigo del Estado como lo nombraban paladín imperial para aniquilar a la facción contraria, en el día 14 del Mes Segundo de 940, Masakado fue finalmente derrotado. Su revolucionaria cruzada iba a culminar con su cabeza expuesta en lo alto de una pica en mitad de Kyoto.



O tal vez no, porque, según la leyenda, a la cabeza de Masakado le quedaban todavía aventuras que vivir una vez separada del cuerpo. En vez de dejarse comer por los gusanos, las crónicas relatan que, al poco de estar en la picota, una mueca terrible empezó a dibujarse en la testa cercenada de Masakado. Los dientes le rechinaban cual cuchillos roñosos en la muela del afilador, y los ojos, centelleando de furia como carbones al rojo, se le salían de las órbitas. 

Se diría que hubiera cobrado vida de nuevo. Finalmente, lanzando imprecaciones y clamando venganza contra el mundo, la cabeza comenzó a levitar y se largó con viento fresco. Flotando, flotando, sin dejar nunca de escupir maldiciones allá por donde pasaba, acabó recalando en su Kanto natal, en medio de lo que hoy es el centro mismo de la metrópolis de Tokyo. Y allí, diez siglos después, sigue descansando.

Pero el espíritu de Masakado parece ser un huésped difícil de tratar, propenso a causar plagas, terremotos y desastres naturales de todo tipo cada vez que los lugareños olvidan mostrarle el debido respeto. Mil años después de muerto, el temible guerrero Taira sigue haciendo gala del mismo carácter levantisco que tuvo en vida. ¿Simples leyendas urbanas? Seguro que sí. Pero, aún hoy en día, los habitantes de Tokyo se cuidan muy mucho de tener la tumba de Masakado bien atendida, por si acaso. 

FRANKY "LEYENDAS Y SAMURAIS" CYBORG

Comentarios

Lo más leído en el Templo